Cómo ser creativo cuando la cabeza echa humo de puro estrés

La creatividad no está demasiado bien avenida con el estrés. Sin embargo, hay unos cuantos trucos para hacer emerger la creatividad (sin forzarla) en momentos de estrés.

Cuando el estrés tiene a bien echar sus zarpas sobre nosotros, nos cuesta hasta decidir qué alimentos vamos a llevarnos a la boca. Y vernos en el brete de alumbrar ideas innovadoras se convierte en una suerte de misión imposible.

Aun así, cuando nos desenvolvemos en el ramo de la creatividad (y es ella la que nos procura alimento), la gente espera de nosotros soluciones creativas por muy calamitoso que sea nuestro estado mental.

¿Qué hacemos entonces? ¿De qué trucos podemos valernos para sacarnos de la chistera ideas más o menos brillantes cuando el estrés se niega a darnos tregua?

Cuando nos enfrentamos a este tipo de situaciones, debemos evitar a toda costa imponernos a nosotros mismos la creatividad como una obligación de cuyo yugo es imposible zafarse.

En vez de colgarnos del brazo de frases como “Debo ser creativo o “Tengo que hacer esto ahora”, es preferible utilizar expresiones (menos teñidas de obligatoriedad) como “Voy a explorar esta posibilidad” o “Voy a dar vueltas a algunas ideas”.

Se trata, explica Elizabeth Grace Saunders en un artículo para Harvard Business Review, de pertrecharnos de cierta seguridad psicológica para que la presión (la derivada del estrés) no termine acogotándonos.

Una vez nos hemos provisto de una buena dosis de seguridad psicológica, es el momento de experimentar con actividades que alienten el denominado pensamiento difuso. Bajo los designios de este tipo de pensamiento, nuestro cerebro actúa de manera más o menos errática, pero estableciendo conexiones entre diferentes áreas cerebrales (aquellas que quizás no estableceríamos cuando estamos excesivamente concentrados).

Actividades como caminar, comer, echarnos la siesta o hacer algún tipo de pausa pulsan el botón el pensamiento difuso y abren nuestra mente a nuevas posibilidades.

Para maximizar los beneficios de los momentos escasos pero extraordinariamente valiosos en los que nuestra mente vaga libremente, es recomendable evitar el multitasking y dejar que nuestros pensamientos revoloteen, si así lo deseen, en torno a una idea particular.

En aquellos momentos en los que nuestra mente asume (en el buen sentido) el rol de vagabunda debemos ser abiertos de miras y no dejarnos llevar por los prejuicios a la hora de valorar las ideas emanadas de nuevo cerebro (que puede que no sean buenas a priori, pero sí si disponen de algo de tiempo para ser convenientemente maceradas).

La creatividad que tanto anhelamos (por considerar que están a años luz de distancia) en momentos de estrés tiende, por otra parte, a emerger lejos del ordenador para anidar en lugares a los que personalmente atribuimos elevadas dosis de felicidad: un lago, una chimenea, una biblioteca, un museo o una boutique, por ejemplo.

Si el demonio del estrés sigue baqueteando sin piedad nuestra mente y, por ende, también nuestra creatividad, deberemos entonces procurar más materia prima a nuestro cerebro (para que le sea más fácil trabajo). Llegados a este punto es recomendable, por ejemplo, leer un libro sobre el tema que tenemos entre manos o hacer una excursión a lugares donde tengamos posibilidad de intercambiar impresiones con personas que se enfrentan a problemas similares a los nuestros. A veces algo tan simple como observar lo que otros han hecho antes de nosotros sirve para prender la mecha de la inspiración.

En momentos de estrés la colaboración con los demás es tan estimulante como altamente recomendable. De hecho, que el pensamiento en solitario se alterne con el pensamiento en grupo es lo mejor para dar un empujón a la creatividad que lucha por brotar de nuestras entrañas. Dos o más cerebros (por extenuados que estén) trabajan mejor que uno solo. Y hablar sobre ideas alumbradas en principio en solitario puede plantar la simiente de nuestros pensamientos y contribuir a pulir las ideas puestas sobre la mesa.

Cuando estamos atenazados por el estrés, es asimismo vital que nos demos tiempo a nosotros mismos para que nuestra creatividad termine echando brotes verdes. En aquellos momentos en que nuestro cerebro opera a pleno rendimiento (y quizás más allá de sus propias posibilidades), a veces la ideas terminan saliendo del cascarón, pero hay que cazarlas al vuelo para que no se nos escapen entre los dedos. Sin embargo, cuando nuestro cerebro no está al 100% de su actividad (porque hemos tenido a bien darle un pequeño respiro), es más fácil que en él se abran paso las ideas (que en el mejor de los casos serán geniales).

Colaboración: www.marketingdirecto.com

apap

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